«Hombre, si eres alguien, ve a pasear solo, conversa contigo mismo, y no te escondas en un coro.» Epicteto
La última entrada del blog
Hoy escribo nuestro último paseo. Jachi me ha demostrado en este tiempo su firme adhesión. Olvida mis imprevisiones y mis desaires, y su fidelidad es inquebrantable. Como dice Pérez Reverte, en boca de Negro, un perro no es más que una lealtad en busca de una causa. Y no hay más verdad que ésta.
En estos dos años hemos compartido ―resume la pulsera de actividad― once millones de pasos (humanos), que corresponden a nueve mil kilómetros (¡nueve mil!). Y más de cien reflexiones que he dejado escritas en este blog.
Repaso ahora las distintas entregas durante este tiempo. Muchas de las que han precedido a ésta han recogido varios de los problemas a los que nos enfrentamos individualmente pero también como sociedad. Y el desaliento y el desánimo más profundos me invaden. Han sido un reflejo de lo que ocurre en nuestro mundo. Y, lamento decirlo, pero estamos inmersos en el apocalipsis. Una sociedad enferma. Una sociedad de la productividad, que otorga al dinero la medida de todas las cosas, en la que hasta el tiempo es oro. Y que apremia a ir cada vez más deprisa. Una sociedad que tacha de inútil todo aquello que no es productivo en términos económicos. Una sociedad que nos hace entrar en la perversión del consumo por el consumo. Una sociedad de la información que desborda y abruma, que genera una enorme confusión y, con probabilidad, una profunda ignorancia. Una información no como medio sino como configuración, lo que genera una inquietante alienación. Imperio de imágenes y ausencia de imaginación. Una época en la que campea el dogmatismo, con una opinión pública manipulada y gustos inducidos. Una civilización responsable de guerras devastadoras, de contaminación ambiental con plásticos y gases de efecto invernadero, causante del cambio climático, responsable de la desaparición y extinción de otras especies animales… Una civilización aniquiladora. Una civilización que pretende vivir sin la vida. Y vivir sin la vida es vivir contra la vida.
Mi visión de este complicado momento presente es pues, pesimista ―a lo mejor, ojalá, tenga más que ver conmigo mismo que con lo de afuera―. La distancia que me separa del irracionalismo actual, de la creciente barbarie de los medios, y de la vulgaridad reinante, es cada vez mayor. De cualquier forma, es preciso reconocer que la vida no es sino una fuente permanente de conflictos, de confusiones, de dilemas, de contratiempos. Sin embargo, la decadencia es la manifestación de toda la crisis que envuelve al mundo occidental y que, necesariamente, desemboca en el nihilismo: nada tiene valor, nada tiene sentido en nuestra vida.
A nivel personal, hacer frente a todo esto, reorientarnos de nuevo, requiere volver al origen, a la casa, a la intimidad, a lo próximo, tener los pies en el suelo y experimentar el recogimiento. Porque en la sociedad del “bienestar”, vivir ya no es sólo sobrevivir, sino que nuestro esfuerzo debe dirigirse ahora a evitar el caos y la dispersión. Apreciar la sencillez de la vida cotidiana. «Es menester cultivar nuestra huerta», tal y como termina el Cándido de Voltaire.
Pero esa especie de aguante individual no implica ninguna cerrazón. Es preciso recuperar las palabras y la capacidad de dar la mano. Salir de la estadística. A nivel de la sociedad, apremia replantearse la comunidad. Nuestra posición en la naturaleza acentúa la responsabilidad de nuestra especie, para con aquella, para con todas las demás especies animales y vegetales. Y en algunas de las entregas, me he mostrado esperanzado. Se han esbozado, humildemente, algunas de las soluciones. También es necesario reconocer que el dolor constituye parte de nuestra existencia. Y, sin imponerle categorías morales que induzcan a pensarlo como castigo, injusticia o algo malo en sí mismo, es la actitud trágica ante el sufrimiento, más allá del bien y del mal.
Reivindico un humanismo que exija el máximo respeto por la condición viva del ser humano y de todos los seres vivos. Porque es la vida la que nos va en estos retos. Es necesaria más generosidad ―el eje sobre el que debe articularse la nueva comunidad― porque aunque el amor no puede ordenarse, porque no depende de nosotros, la generosidad sí. Ser generoso es dar sin amar, porque dar cuando se ama lo hace cualquiera.
Termino citando a Albert Camus. «Ahora lo sé. El mundo tal y como está hecho, no es soportable. Por eso necesito la luna, o la felicidad, o la inmortalidad, en definitiva, algo que quizá sea insensato, más allá de lo imaginable, que no sea de este mundo, que esté por encima de mi medida».
Muchas gracias a todos por llegar hasta aquí.
La recomendación: Aldo Ciccolini. Erik Satie – Gymnopedie No.1. Lent et douloureux. (Les 40 merveilles du classique. Erato. 2014).
Esquirol, Josep Maria. La resistencia íntima. Acantilado. Barcelona. 2015.