El abatimiento

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«Hombre, si eres alguien, ve a pasear solo, conversa contigo mismo, y no te escondas en un coro.»
Epicteto

La última entrada del blog

Hoy escribo nuestro último paseo. Jachi me ha demostrado en este tiempo su firme adhesión. Olvida mis imprevisiones y mis desaires, y su fidelidad es inquebrantable. Como dice Pérez Reverte, en boca de Negro, un perro no es más que una lealtad en busca de una causa. Y no hay más verdad que ésta.

En estos dos años hemos compartido ―resume la pulsera de actividad― once millones de pasos (humanos), que corresponden a nueve mil kilómetros (¡nueve mil!). Y más de cien reflexiones que he dejado escritas en este blog.

Repaso ahora las distintas entregas durante este tiempo. Muchas de las que han precedido a ésta han recogido varios de los problemas a los que nos enfrentamos individualmente pero también como sociedad. Y el desaliento y el desánimo más profundos me invaden. Han sido un reflejo de lo que ocurre en nuestro mundo. Y, lamento decirlo, pero estamos inmersos en el apocalipsis. Una sociedad enferma. Una sociedad de la productividad, que otorga al dinero la medida de todas las cosas, en la que hasta el tiempo es oro. Y que apremia a ir cada vez más deprisa. Una sociedad que tacha de inútil todo aquello que no es productivo en términos económicos. Una sociedad que nos hace entrar en la perversión del consumo por el consumo. Una sociedad de la información que desborda y abruma, que genera una enorme confusión y, con probabilidad, una profunda ignorancia. Una información no como medio sino como configuración, lo que genera una inquietante alienación. Imperio de imágenes y ausencia de imaginación. Una época en la que campea el dogmatismo, con una opinión pública manipulada y gustos inducidos. Una civilización responsable de guerras devastadoras, de contaminación ambiental con plásticos y gases de efecto invernadero, causante del cambio climático, responsable de la desaparición y extinción de otras especies animales… Una civilización aniquiladora. Una civilización que pretende vivir sin la vida. Y vivir sin la vida es vivir contra la vida.

Mi visión de este complicado momento presente es pues, pesimista ―a lo mejor, ojalá, tenga más que ver conmigo mismo que con lo de afuera―. La distancia que me separa del irracionalismo actual, de la creciente barbarie de los medios, y de la vulgaridad reinante, es cada vez mayor. De cualquier forma, es preciso reconocer que la vida no es sino una fuente permanente de conflictos, de confusiones, de dilemas, de contratiempos. Sin embargo, la decadencia es la manifestación de toda la crisis que envuelve al mundo occidental y que, necesariamente,  desemboca en el nihilismo: nada tiene valor, nada tiene sentido en nuestra vida.

A nivel personal, hacer frente a todo esto, reorientarnos de nuevo, requiere volver al origen, a la casa, a la intimidad, a lo próximo, tener los pies en el suelo y experimentar el recogimiento. Porque en la sociedad del “bienestar”, vivir ya no es sólo sobrevivir, sino que nuestro esfuerzo debe dirigirse ahora a evitar el caos y la dispersión. Apreciar la sencillez de la vida cotidiana. «Es menester cultivar nuestra huerta», tal y como termina el Cándido de Voltaire.

Pero esa especie de aguante individual no implica ninguna cerrazón. Es preciso recuperar las palabras y la capacidad de dar la mano. Salir de la estadística. A nivel de la sociedad, apremia replantearse la comunidad. Nuestra posición en la naturaleza acentúa la responsabilidad de nuestra especie, para con aquella, para con todas las demás especies animales y vegetales. Y en algunas de las entregas, me he mostrado esperanzado. Se han esbozado, humildemente, algunas de las soluciones. También es necesario reconocer que el dolor constituye parte de nuestra existencia. Y, sin imponerle categorías morales que induzcan a pensarlo como castigo, injusticia o algo malo en sí mismo, es la actitud trágica ante el sufrimiento, más allá del bien y del mal.

Reivindico un humanismo que exija el máximo respeto por la condición viva del ser humano y de todos los seres vivos. Porque es la vida la que nos va en estos retos. Es necesaria más generosidad ―el eje sobre el que debe articularse la nueva comunidad― porque aunque el amor no puede ordenarse, porque no depende de nosotros, la generosidad sí. Ser generoso es dar sin amar, porque dar cuando se ama lo hace cualquiera.

Termino citando a Albert Camus. «Ahora lo sé. El mundo tal y como está hecho, no es soportable. Por eso necesito la luna, o la felicidad, o la inmortalidad, en definitiva, algo que quizá sea insensato, más allá de lo imaginable, que no sea de este mundo, que esté por encima de mi medida».

Muchas gracias a todos por llegar hasta aquí.

 

La recomendación: Aldo Ciccolini. Erik Satie – Gymnopedie No.1. Lent et douloureux. (Les 40 merveilles du classique. Erato. 2014).

 

Esquirol, Josep Maria. La resistencia íntima. Acantilado. Barcelona. 2015.

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La carta (al perro de mi vida)

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Epístola a Jachi

 

Aunque no lo creas, Jachi,

Me he paseado por un paraje salvaje, intacto.

Un bosque virgen que no parecía mostrar

Cambios ecológicos significativos.

La huella del hombre no se manifestaba allí.

Ha permanecido al margen

De las actividades agrícolas o ganaderas,

De la revolución industrial,

De la innovación tecnológica,

De la guerra devastadora,

De la contaminación ambiental

Con plásticos y gases de efecto invernadero.

 

Nada allí recordaba a la aniquiladora acción

De nuestra especie.

En medio de aquella absoluta pureza,

Solo un ladrido de perro,

Un breve, familiar y ronco ladrido de perro,

Humanizó el paisaje.

 

Porque un ladrido es como una tierra labrada,

Un camino hollado,

Es pan, es hogar, pozo y cosecha.

Un ladrido es conciencia, Jachi.

Es inteligencia. Es cruzada.

Un ladrido, amiga mía, es bipedestación.

 

Gracias Jachi, siempre. Granada, noviembre de 2019.

 

La recomendación: REM. The One I Love (Document. I.R.S. 1987)

El relativismo

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«Cada hombre tiene su punto de vista y en cada diferente tiempo cada cual tendrá el suyo distinto.»
Cesare Beccaria

Hace un calor inusitado para la época del año. Jachi se acerca bufando de forma ostensible. Como sabéis, los perros están desprovistos de glándulas sudoríparas, por lo que su sistema de refrigeración más eficiente se relaciona con el jadeo, una respiración rápida y poco profunda, y la pérdida de calor a través de su lengua, de modo que cuando evapora la humedad de su superficie, la temperatura corporal baja. Entre tanto, un paseante se me ha acercado y, según su punto de vista, Jachi estaba sedienta.

La reflexión de hoy tiene que ver con los puntos de vista. Porque nunca conoceremos toda la verdad ya que es infinita. Aun contemplando la misma vista, nunca veríamos lo mismo. Cada uno aportamos nuestra propia carga emocional, con prejuicios, preferencias y gustos. Todo eso, nuestro conocimiento y nuestras experiencias, conforman nuestro particular modo de interpretar lo que vemos. Y todas esas visiones son ‘verdaderas’.

Aún con igual memoria es ostensible como dos personas no recuerdan las mismas cosas de un único acontecimiento: la diversidad de los puntos de vista y su propia subjetividad terminan conformando una trama muy bien trabada y, a menudo, difícil de dilucidar, de modo que la circunstancia era en realidad el eje sobre el que giran las personas que tan sólo vienen a representar una parte componente. Sin embargo, la multiplicidad de puntos de vista puede ayudar en la comprensión del mundo que nos rodea.

Los primeros filósofos griegos, desde Parménides y Heráclito, dilucidaron la relación entre ‘apariencia’ y ‘realidad’ o, lo que es lo mismo, cómo los respectivos puntos de vista se relacionan con la realidad. La visión de la realidad está condicionada más por nuestra posición en el espacio y el tiempo, que por la propia personalidad, entendida como valor de atributos inmutables; por eso mismo, cualquier interpretación de la realidad se funde en una única posición. Y, por eso, todo puede ser cierto de cualquiera. La santidad y el ser malvado coexisten.

Todo valor y todo juicio de valor, es relativo a una sociedad determinada, a una época determinada, a un determinado punto de vista, del cual nadie puede abstraerse totalmente. Nada, ninguna cultura puede erigirse en norma absoluta. «Toda cultura tiene su propio criterio, en el cual comienza y termina su validez. No existe moral universal de ninguna naturaleza». Y, claro, cuando se pretende intentar volver absoluto lo opinable, erigir lo accidental a nivel de lo absoluto, no solo no libera al hombre, sino que lo priva de su dignidad y lo tiraniza.

Pero el relativismo no es escepticismo, porque si en este último no cabe ningún conocimiento, en el relativismo sí es posible el conocimiento, aunque es relativo a las personas, por lo que pueden existir muchas verdades en relación a las mismas cosas. Si se afirma la relatividad de nuestros conocimientos, es decir, su carácter por completo eventual, relativo, parcial, se afirma también el idealismo subjetivo. El materialismo dialéctico, reconociendo la relatividad del conocimiento, supone que cualquier conocimiento es temporal y condicional en relación a la totalidad de los conocimientos en un período histórico concreto del desarrollo de las ciencias; por eso adquiere el significado de verdad objetiva, que es figuración del mundo realmente existente.

Jachi ha descansado a mis pies y reanudamos el camino de vuelta a casa. En fin, pienso ahora, nada más valioso que la diversidad de pensamiento. La verdad absoluta no existe, en todo caso, la verdad sólo puede ser la suma de muchas verdades.

 

La recomendación: Anna Netrebko. Casta Diva (Norma, de Vincenzo Bellini). Baden-Baden Opera Gala 2007.

 

Juan José Saer. Nadie nada nunca. Seix Barral. Buenos Aires. 2000.

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El diseño (natural)

x eldiseñonatural nicolas toussaint charlet perro (1820-1845)Perro (1820-1845) de Nicolas Toussaint Charlet.

Hoy Jachi constato una vez más cómo la vida, la real tal y como se experimenta, como se sufre, como se percibe, es más interesante que los libros que hablan de ella. Tampoco se trata de vivir los sueños, la vida es más hermosa y atractiva que los sueños.
Hoy, reconócelo Jachi, nos hemos embelesado ―es posible que por distintos motivos― ante los puestos de frutas. En la naturaleza encontramos las más variadas formas geométricas, círculos, triángulos, cubos, hexágonos, estrellas y otras figuras más complicadas dotadas de precisión verdaderamente asombrosa. Una exactitud, regularidad y complejidad que han sido utilizadas como argumento, entre otros, de la existencia de un diseñador superior.
El naturalista, zoólogo y matemático escocés D’Arcy Thompson, subrayó el papel de la física y la mecánica como determinantes de la forma y estructura de los organismos vivos: el mundo orgánico está regido y estructurado en un modo tan matemático como lo está el inorgánico, y se comporta siguiendo uno de los grandes principios de la Física: «en la forma que requiera menor energía».
Son las fuerzas físicas las que, siguiendo la teoría de Thompson, verdaderamente forman a los organismos. En las formas naturales prevalecen los ideales de la geometría euclidiana, sencillamente porque la naturaleza favorece la simplicidad como una óptima representación de esas fuerzas. Las formas ideales de la geometría ofrecen soluciones eficaces a problemas morfológicos. De modo que la espiral, que aparece tanto en moluscos como en cuernos de mamíferos o semillas de flores, es el modo más eficaz de crecer, manteniendo la misma forma a medida que el tamaño aumenta.
Las formas naturales, por tanto, no son caprichosas, sino que buscan siempre la eficiencia. Las estrategias evolutivas se han basado en la adopción de algunas formas funcionales, precisamente porque ciertas formas son más eficaces que otras para determinadas funciones.
La espiral logarítmica es una de las formas más frecuentes y se puede observar en la concha en espiral del Nautilus que forma una curva logarítmica. Esta peculiaridad de las formas naturales la sistematizó el matemático italiano Leonardo de Pisa, Fibonacci (c. 1170-1250), en una serie numérica de la que es epónimo. Esta estructura aparece bajo múltiples, y a veces ocultas formas, como en la reproducción de los conejos o en los surcos de las piñas tropicales, como las que tenemos enfrente.
Incluso en las formas más anárquicas, engañosamente desprovistas de geometría, subyace un orden. Una de las expresiones más bellas son los fractales, en apariencia complejas formas matemáticas que, con todo, pueden construirse de manera muy simple. La geometría fractal fue descrita en 1975 por el ingeniero Benoît Mandelbrot, que también acuñó el término. Un fractal es un objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o aparentemente irregular, se repite a diferentes escalas. La geometría fractal ha sido capaz de describir muchas de las formas de la naturaleza de manera más eficaz que la geometría euclidiana.
Hoy el paseo nos ha mantenido entretenidos ante los puestos de fruta y verduras del mercadillo. Piña, carambola, romanesco, alcachofa… Unos cuantos ejemplos de maravillosos, y eficientes, diseños naturales.

La recomendación: Norah Jones. I’ve Got To See You Again (Come Away With Me. Blue Note. 2002).

La libertad (condicionada)

x lalibertad(condicionada) TRISTÁNTristán, octubre de 2018.

Tristán e Isolda, el mito del amor sublimado por la muerte, es una leyenda, incorporada al ciclo arturiano, que narra un idilio, una asombrosa historia de amor. Del drama surgió una famosísima ópera, Tristan und Isolde, de Richard Wagner. Su epílogo, el famoso Liebestod (muerte de amor) de Isolda, es una enorme expresión de dolor, instantes de profundo lamento y anhelo de libertad. Wagner no lo llamó Liebestod, sino Verklärung (transfiguración). La pérdida de la persona amada y su unión eterna. Las últimas palabras de Isolda «¡supremo deleite!», … y ese final de oboe… Logro de libertad.

Hoy Jachi, me planteo si nacemos libres o si, por el contrario, la libertad es adquirida. Y creo que nos hacemos, que nos vamos haciendo libres, porque la libertad nunca es absoluta, ni definitiva ni, desde luego, infinita.

Recuerdo la célebre frase de Jean-Paul Sartre, «el hombre está condenado a ser libre». La libertad resulta consustancial a nuestra condición humana, por lo que el hombre es absoluto responsable del uso que haga de ella (y éste es el sentido de la frase de Sartre). Pero la libertad no sólo es esta condición, sino que también es una aspiración como valor personal, y social, más preciado.

Existen varias libertades. En primer lugar, una libertad de actuar, que nunca es absoluta, en la medida que la propia ley, el Estado, que permite la coexistencia de las libertades de todos y cada uno, necesariamente limita las libertades individuales. Este «hacer lo que uno quiera» es una libertad en sentido físico, político si se quiere. Y así lo recogía Locke, «[a]llá donde no hay ley tampoco habrá libertad». Sin las leyes sólo habría violencia y miedo.

Otra libertad, la de la voluntad, sería una libertad más allá de lo físico, metafísica. La de elegir lo que queremos. Y elegimos en función de nuestras opiniones, pero ¿cómo se han forjado nuestras opiniones? Según Spinoza «[l]os hombres piensan que son libres porque son conscientes de sus voliciones y sus deseos, y no piensan, ni en sueños, en las causas por las que están dispuestos a desear y a querer, pues no tienen ningún conocimiento de ellas». Se trataría de entrar en el abismo impenetrable del cerebro, del proceso neuronal, bioquímico, que nos lleva a la elección. Y, sobre todo, de todos sus antecedentes sociales, psíquicos, ideológicos… Y es que todos estamos determinados precisamente por nuestra condición. Esta libertad de voluntad, la voluntad misma, depende de lo que somos, de la propia condición humana.

En la introducción a la Crítica de la razón pura, Kant recoge cómo la paloma, al volar libremente y sentir en sus alas la resistencia del aire, podría llegar a pensar que en el vacío volaría aún mejor. Sin embargo, la realidad es que no volaría en el vacío.  La paloma habría notado que el aire frenaba su vuelo, pero no sería capaz de contemplar que lo que frena es precisamente lo que le permite volar. La libertad humana debe considerarse desde esta situación: los propios límites de la condición son la condición humana misma.

Por eso, contemplar a los demás como una limitación de nuestra libertad es una mirada miope. La dimensión social del ser humano no es límite ni impedimento, sino condición.

Gracias Tristán. Gracias Pedro.

 

La recomendación: Nina Stemme. Liebestod. (Tristan und Isolde, de Richard Wagner).

 

 

 

 

 

El paseo

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«Somos lo que caminamos entre dos puntos»
David Foster Wallace
«Sólo tienen valor los pensamientos que nos vienen mientras andamos»
Friedrich  Nietzsche

Para nosotros, para Jachi y para mí, caminar supone una travesía por lo paisajes, pero también por las palabras, por la emoción de unos y de otras. Una travesía en la que espacio y tiempo convergen, como en un agujero negro terrenal que atrapa. Que nos recuerda la humildad y la belleza de nuestra condición.

Caminar es el contacto vivo de nuestros pies y patas sobre la tierra del camino. Algo eminentemente telúrico. Al vincularnos con la tierra se convierte en el gesto más humano. De modo que se percibe el mundo tal y como se presenta a la altura del hombre: su enorme magnitud se reduce para el paseante a dimensiones corporales. Nos enfrentamos con nuestros cuerpos al mundo, al mundo desnudo. Y esa ceremonia incita al respeto y al gozo del instante, que adquiere entonces sentido en sí mismo.

Caminar es un ejercicio lento por su propia naturaleza. Por tanto, ensancha el tiempo y estira la vida. El mundo entonces es mucho más vasto y más sugestivo. Una actividad lenta favorece la serenidad e invita al disfrute del tiempo, a la libertad, al placer. Al goce sin prisa del tiempo. Ir al paso, como afirmaba Debray, apacigua el tormento de lo efímero.

Por mi parte le encuentro cierta vinculación con esa indolencia mediterránea, con su slow life. Además, en el mundo actual, caminar adquiere tintes de obstinación y rebeldía en medio de la vorágine de prisas, de tomar distancia con esa mal entendida modernidad y productividad. El paseante, rico en tiempo, se acomoda en un compás ralentizado, a la medida del cuerpo y del deseo. Somete al calendario y depende tan sólo del reloj cósmico, el de la naturaleza, el del cuerpo, y no el de la sociedad actual con su implacable fragmentación del tiempo.

Cuando caminamos hacemos conscientes los detalles del entorno. Y participan todos los sentidos, porque caminar es una experiencia sensorial total. El paseante anda las piedras o la tierra del camino, toca los árboles, se moja en los arroyos, siente la lluvia fina en el rostro, el frío en las manos. Inhala olores, a flores, a tierra mojada, a arrayán, a madreselva, a posidonia recién emergida. Escucha el trino de los pájaros, las cigarras, el canto del gallo, la lluvia, los truenos. Y al dejarse penetrar por la naturaleza, el paseante se pone en contacto con un universo inaccesible de otro modo, el modo de percibir propio de la vida cotidiana de nuestros padres y abuelos. La desnudez de un recorrido no precisa nada más que el propio cuerpo, la soledad de un campo sin nombre y la intensidad del cielo. Caminar es una travesía por el silencio y un disfrute del sonido ambiental, el ruido del viento en los árboles, el murmullo de una fuente, el croar de las ranas, unas campanas lejanas, ruidos que se infiltran en el silencio, pero no lo perturban. Un silencio que remite a otro tiempo, al universo sin motores. El fondo del que debe nutrirse quien camina a solas. Aliado de la belleza de un paisaje, el silencio es un camino que lleva hacia el yo. Una vía directa del repliegue sobre uno mismo. Momento de desposeimiento que invita a detenernos y reflexionar.

Porque el paseo no es solo una experiencia física, sino que a la vez supone una actividad intelectual en la medida que induce el despertar de los sentidos y del espíritu. Para nosotros, caminar por las calles de la ciudad y los senderos inmediatos es una práctica corporal, física y también afectiva. La trama sensorial que nos envuelve y nos enreda, establece una relación de afecto con el entorno.

Caminar es con frecuencia, un rodeo para reencontrarse con uno mismo. Y ahí, como dice Leroi-Gourhan, la especie humana comienza por los pies. Extraordinaria conexión entre pies y cerebro. Goce tranquilo de caminar y pensar. Se favorece así el desarrollo de una filosofía cotidiana, esa que se centra en las pequeñas cosas y que termina porque el paseante se cuestione acerca de sí mismo, de su propia relación con el mundo que lo rodea.

Caminar es un modo de conocimiento. La caminata depura cualquier cortedad de miras y de vanidad y deja que destile la curiosidad. Cada cosa guarda sus propias historias, historias íntimas que quedan próximas al paseante. Se moviliza la tendencia humana por comprender y encontrar su lugar en el mundo e interrogarse sobre lo que fundamenta su vínculo con los demás.

Caminar es un ejercicio de desprendimiento, que nos revela en nuestro cuerpo a cuerpo con el mundo. Un camino de aprendizaje frente a la amargura del mundo, que despoja y expropia, y que permite trazar una ruta no sólo en el espacio, sino en uno mismo, recorriendo los entresijos de ambas sendas de modo más receptivo. Al descubrir el mundo a la altura del hombre, nos ponemos en disposición de descubrirnos a nosotros mismos.

La tierra es para los pies. Los senderos están hechos a la medida del hombre, de su cuerpo y del estremecimiento de ser, de vivir. Una vez más, lo que importa es el camino recorrido. El paseo, el caminar, nos construye y nos demuele. Nos imagina y nos vuelve a forjar.

 

La recomendación: Elftones & Rhiannon Giddens. All the Pretty Horses (All the Pretty Horses. Elftones Productions. 2009)

 

David Le Breton. Elogio del caminar. Madrid. Siruela. 2018.

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La melancolía

Melencolia I (B. 74; M., HOLL. 75) *engraving  *24 x 18.8 cm *1514

Como en otros grabados de Alberto Durero, un ovillado perro flaco, a los pies del protagonista de la imagen, se encuentra en ‘La Melancolía’ (de 1514, en la Galería Nacional de Arte Karlsruhe en Innenstadt-West, Alemania). El abigarrado grabado está repleto de simbolismo, con imágenes y objetos que vendrían a representar un auténtico autorretrato alegórico del artista, él mismo de temperamento melancólico. Es llamativo el ‘cuadrado mágico’, arriba a la derecha, un auténtico sudoku de 4×4, quizá el primero de todo el arte occidental. La suma de cualquiera de las filas, columnas o diagonales es la constante mágica 34. Y, aunque en el simbolismo iconográfico el perro suele representar lealtad, también ―y este es un ejemplo― puede simbolizar la melancolía, la locura.
Hipócrates en la antigua Grecia describía a la melancolía como uno de los cuatro humores componentes del cuerpo, el conocido como «bilis negra», que se constituía de «pneuma», capaz de inducir enfermedades aparte de provocar que la persona pasara de forma rápida de la tristeza a la ira. De ahí que la melancolía se relacionara con la depresión. Un sinónimo de tristeza y pereza, durante la Edad Media, se contempló como uno de los pecados capitales. Más tarde, en el Renacimiento la melancolía comenzó a ser asociada con la genialidad y la locura creativa. Marsilio Ficino, entre otros, mantuvo la opinión de que las personas con más bilis negra mostraban una sensibilidad artística especial. En la misma línea, Baudelaire, como todo el siglo XIX, entendía a la melancolía como una de las raíces de la creación artística. Ya a principios del XX, Freud la define como un fruto del duelo, «una reacción a la pérdida de un objeto amado». De forma gradual la condición melancólica se ve sustituida por un diagnóstico más severo: el de la depresión clínica. Un padecimiento del estado de ánimo, que puede ser debida a causas endógenas ―neurobioquímicas―, o a causas psicológicas, en el de la depresión exógena o reactiva. La depresión exógena nos habla de reacciones depresivas, ya que la vida nos ofrece a todos momentos de tristeza.
El trastorno distímico o distimia (en griego, dys «anormal» y thymós «humor») viene a ser un trastorno del estado de ánimo con características parecidas pero menos severas que las de la depresión. A diferencia de la depresión, la persona con distimia no tiene pensamientos recurrentes sobre la muerte ni pierde la capacidad para experimentar placer. Sufre un estado de ánimo melancólico, que no impide seguir con el día a día; por el contrario quien padece una depresión mayor a menudo se ve gravemente incapacitado para llevar adelante su vida.
Un artículo científico, desarrollado en la Universidad de Harvard, ha venido a demostrar que los vínculos entre melancolía y creatividad no son un mito romántico. Los investigadores, valorando entre otros, tareas creativas, estados de ánimo autopercibidos y hormonas asociadas al estrés y la tristeza, demostraron que las personas en las que se objetivó un estado más triste y melancólico, fueron más creativas.
Aniquilar la melancolía sería entonces «erradicar una fuerza cultural mayor». Y no sólo por motivos creativos, sino por representar una condición existencial: la vida no es exclusivamente bienestar, goce o calma, sino que también está hecha de «agitaciones del alma». Querer suprimir la tristeza es de alguna manera querer erradicar una parte de nosotros mismos necesaria para la supervivencia, porque debe reconocerse la realidad con todos sus matices, positivos y negativos, lo cual nos permite adoptar las decisiones oportunas con un conocimiento de causa adecuado.
Nadie podrá negar que esta visión de la melancolía, más cerca de la del enciclopédico Robert Burton, es más enriquecedora que la de «enojoso desequilibrio bioquímico» cuyo insustancial tratamiento es el Prozac.

La recomendación: Pau Casals. El Cant Dels Ocells (Concierto En La Casa Blanca 13-XI-61. Sony Classical. 1962)

Eric G.Wilson. Contra la felicidad: En defensa de la melancolía. Taurus. Barcelona. 2008.
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La pérdida

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Hoy ha sido un paseo triste. Sara, una inquieta y bulliciosa hembra de bodeguero andaluz, ha sido sometida a eutanasia por un cáncer mamario en estadio metastásico plurisintomático. Sus compañeros humanos han comentado el episodio como uno de los peores de sus vidas. Cómo, literalmente, Sara mantuvo el contacto visual hasta que dejó de respirar.

Hemos recordado cómo, aún cachorrita, recién adoptada y sin nombre, Sara se hizo inseparable de un peluche de vaca hindú. Sara, en su caso era el diminutivo de Saramá. En el Rig Veda, uno de los textos más antiguos del hinduismo, Saramá, la madre de todos los perros y fiel compañera de Indra, el rey de los cielos, le ayuda a la recuperación del ganado robado.

Hemos evocado su presencia reconfortante y sin críticas. A pesar de que Sara «solo era un perro» para la gente que cree exagerada la respuesta de duelo ante la pérdida, los que aman a los canes saben que se trata de algo más que «solo un perro».

Hemos sido testigos de algunos humanos que han llorado más la pérdida de un perro que la de algunos familiares o amigos. De hecho existen estudios científicos que vienen a confirmar la circunstancia de que, para la mayoría de las personas, perder a un perro es comparable a la pérdida de un ser querido. Sin embargo, no se llevan a cabo ceremonias, lo cual evita el que nos sintamos avergonzados por manifestar de forma pública la aflicción por su muerte. Es probable que admitiríamos mucho mejor ese sufrimiento, si fuésemos conocedores de lo poderoso y profundo del vínculo entre humano y perro, de esa relación única entre especies; lo cual redundaría en una aceptación de la muerte, afrontar el duelo y superarlo.

Los perros son los únicos animales que han coevolucionado hasta transformarse en fieles acompañantes e inseparables amigos. En esa larga evolución han adquirido habilidades sociales que permiten interactuar de modo similar a como lo hacemos con otras personas. El amor incondicional, sin reproches y objetivo, que nos otorgan los perros puede que esté en la base de que esta relación interespecies resulte a menudo más satisfactoria que con los propios humanos.

En otras entradas de este blog se ha citado algún estudio que viene a demostrar, mediante Resonancia Magnética Funcional, cómo el cerebro del perro reacciona con el mismo entusiasmo ante sus compañeros humanos que con la comida. Los perros reconocen a las personas y aprenden a interpretar las emociones de los humanos y sus expresiones faciales. De tal modo que perciben los propósitos de los humanos, procuran ayudarlos e incluso evitan a las personas que no colaboran o que no los tratan bien. No puede resultar extraño entonces que los humanos reconozcan y correspondan a ese afecto y a esa lealtad. Con frecuencia mirar a un perro genera que las personas sonrían. Algunas investigaciones científicas han ratificado el gran aprecio hacia los perros. Como la que alude al hecho de «equivocarse de nombre», cuando llamamos a alguien. Cuando nos confundimos llamando a uno de nuestros hijos por el nombre de otro. Igual ocurre con el nombre del perro equivocado con uno de los nombres de los miembros de la familia. El nombre del perro se asocia con el mismo grupo cognitivo que contiene al resto de miembros de la familia. Es notable cómo con los gatos en muy rara ocasión sucede.

Existen también estudios psicológicos que vienen a subrayar cómo la pérdida de un perro es tan dolorosa porque los propietarios no están perdiendo solo a una mascota, sino que a menudo significa la pérdida de un amor incondicional, de un camarada que otorga seguridad y bienestar, y puede que se haya protegido a ese ser como a un hijo.

Es significativo además, cómo la pérdida de un perro llega a alterar de forma considerable los hábitos de la familia en la que se encontraba el perro, con frecuencia mucho más que si hubiera perdido a un pariente o a un amigo. Porque los horarios diarios, las entradas y salidas, las vacaciones se planifican en relación a las necesidades del perro. Son precisamente estos cambios en el estilo de vida y en la rutina cotidiana los que de forma primordial generan estrés.

Todos echamos de menos ya a Sara. Sus compañeros humanos confesaron que están seguros de que, dentro de algún tiempo, volverán a pasar por esto.

 

La recomendación: Joanna Koslowska. 3. Lento. Cantabile Semplice. (Henryk Górecki . Symphony #3, Op. 36, «Symphony Of Sorrowful Songs»; Universal Music, Bicycle Music Co. –Publishing-).

 

La inteligencia (emocional)

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La inteligencia emocional representa la capacidad de identificar, entender y manejar las emociones en pos de la consecución de objetivos. A través de ella se propician las relaciones interpersonales.

En el ambiente científico, no existe duda en cuanto a que, después del ser humano, el perro, además de chimpancé y delfín, es el animal que más emociones expresa. Los canes, asimismo, son capaces de identificar las emociones de su compañero humano ―como hemos señalado en otras entradas― por más que se quieran ocultar. Con probabilidad porque, como el ser humano, el perro dispone de un sistema límbico cerebral cuya misión es gestionar las respuestas fisiológicas que se generan a partir de las emociones, un sistema límbico que se encuentra muy relacionado con la memoria (y los instintos sexuales).

Los perros tienen la capacidad de reconocer sus propias emociones, es decir, tienen autoconciencia. También muestran habilidad para controlar y redirigir sus estados de ánimo, es decir cuentan con autorregulación. Son competentes para impulsar una acción, es decir motivación. Tienen la posibilidad de entender las emociones de quienes los rodean, es decir empatía. Y poseen la capacidad de construir relaciones sociales. Y estas que acabo de enumerar, son las habilidades que constituyen la base para gestionar nuestras emociones y sentimientos, la inteligencia emocional.

Existen diversos artículos científicos que ahondan en el tema. En uno de ellos un perro debía solicitar comida a una persona con los ojos tapados o bien a una que sí podía ver. Los canes sometidos a la experiencia se dirigían sistemáticamente a la persona con los ojos descubiertos. Los investigadores lo atribuían a que si el animal distinguía los ojos y cara, entonces podía comunicarse con él. La mayoría de los animales son incapaces de identificar quién tiene la información deseada.

En otra experiencia, se ocultaron diversos objetos en cajas, todas cerradas con cerrojo. Tras esconder las llaves en presencia de un perro (llamado Philip), entraba un humano que desconocía dónde estaban. Las respuestas de Philip fueron muy similares a las que se pueden obtener con niños en esa misma circunstancia: tomaba las llaves y conducía a la persona hacia donde estaba el objeto guardado. Si el voluntario estaba presente cuando se cerraban las cajas, entonces el can no hacía nada por ayudarlo. Es decir, era consciente de lo que había visto o no en el pasado. Aunque los perros no posean un lenguaje tan complejo como el nuestro, su inteligencia a la hora de comunicarse es sorprendente.

Los perros, más que ningún otro animal, pueden hacer algo complejo como ver, escuchar y leer a la gente. Son los únicos que realmente estudian las caras de las personas y evalúan los rostros con intensidad. Esta habilidad de la comunicación temprana es la piedra angular de todas las formas de la cultura, incluyendo el lenguaje. Que los perros exhiban esa habilidad es signo de inteligencia y sensibilidad.

En definitiva, el perro interpreta nuestras emociones y reacciona en consecuencia. En el mundo humano, y sospecho que en el perruno también, la inteligencia emocional resulta de tanto valor, o más, que la inteligencia cognitiva. Como sabemos, por estudios con Resonancia Magnética Funcional, muchas de las cosas que activan el núcleo caudado cerebral en el ser humano se asocian con emociones positivas, y se reproduce tal activación con similares estimulaciones en los perros. Tiene lugar lo que se conoce como «homología funcional», un claro indicio de emociones en perros.

Y si el cerebro canino funciona de un modo muy parecido al nuestro, la vinculación entre ambas especies es más factible, con una conexión que va más allá de lo que la mayoría de la gente cree. El perro adquiere conocimientos y actitudes a nivel emocional.

 

La recomendación: Dmitri Shostakovich. Piano Concerto No. 2 in F major, Op. 102: II. Andante. (Dmitri Shostakovich Jr (piano), I Musici de Montréal & Scottish National Orchestra, Neeme Järvi & Maxim Shostakovich. An Introduction To Shostakovich. Chandos. 2006).

 

La imaginación

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«No olvides que lo que llamamos hoy realidad fue imaginación ayer.»
José Saramago.

La cantidad de neuronas en relación al tamaño del cerebro en los carnívoros es aproximadamente la misma que la de los herbívoros, de modo que en ambos existe una presión evolutiva de similar intensidad. Por su parte, los animales domesticados, en contra de la creencia popular, tienen cerebros más grandes que sus parientes salvajes, con proporciones mayores de tamaño de cerebro en relación al peso corporal. Además, el cerebro de un perro Labrador retriever, como Jachi, tiene más neuronas que el cerebro de una hiena, un león o un oso pardo, a pesar de que el cerebro de estos depredadores es hasta tres veces más grande.

Pero no todo es el tamaño del cerebro o el número de neuronas. El exquisito mecanismo que nos permite generar imágenes vividas en nuestra mente en ausencia de cualquier estimulación visual, la imaginación,  queda aún en una nebulosa que precisa disiparse. Sí se conocen algunos datos. Por ejemplo, las neuronas que se activan tanto con la estimulación visual como cuando imaginamos la misma imagen, son idénticas. Se podría predecir lo que la persona está imaginando si tuviéramos un mapa simultáneo de la estimulación neuronal.

La imaginación es un desarrollo psíquico a través del que el individuo puede emplear información creada intrínsecamente con el fin de erigir una representación percibida por la propia mente. Es entonces una representación nueva de imágenes, una facultad generadora de nuevas imágenes; y sin la posibilidad de esa nueva presentación de imágenes, el conocimiento no sería posible. La capacidad de imaginar es pues el germen de la creatividad, porque faculta a establecer ideas inéditas a partir de otras sabidas y, de este modo, escalar el horizonte de conocimiento.

La actividad de la imaginación no se circunscribe a la mezcla creativa de ideas preexistentes para lograr ideas compuestas inéditas, sino que en ciertas oportunidades, la imaginación es responsable de determinadas impresiones reflexivas, que juegan un rol esencial en la individual concepción del mundo y el universo de valores. Es trascendental su papel en el establecimiento de la relación causal.

Hay una imaginación reproductiva, en la que se recrean imágenes de hechos pasados que están en nuestra memoria. Y también una imaginación creativa en la que se generan imágenes por nosotros mismos. Un modo de captar y transformar la realidad y que se materializa al crear. De este modo, la imaginación es una acción que permite al autor potenciar su labor artística, y al contemplador trasladarse implicándose en la trama literaria, musical o visual propuesta. El poder de una imaginación fructífera es incuestionable, porque resulta ser el germen de cualquier pensamiento creativo. Para David Hume, la imaginación separa las ideas simples y luego las recompone de otras formas, más complicadas, por lo que supera a las ideas, que no podrían combinarse sin imaginación. Es la  facultad que más determina nuestro modo de experimentar la realidad.

La imaginación está pues implícita en la vida y en el arte es muy, muy poderosa. Y se traduce en una nueva visión, en un nuevo enfoque. La imaginación representa la eventualidad de emerger de nosotros mismos sin desertar o desmantelarnos. En el arte, somos lo que en la vida real no somos. Podemos trasladarnos a situaciones que jamás hemos vivido y que jamás viviremos. Una extensión de nuestro cuerpo. La imaginación ayuda a crear nuevos enfoques sobre la realidad y matizar nuestras emociones y nuestros pensamientos. Es la posibilidad de recuperar las alternativas estéticas que nos ofrecen las propuestas culturales, que son tantas como nuestra imaginación nos permita.

 

La recomendación: Ardas Bhaee. Fjóla Sukhpreet Kaur feat Oshri Hakak and Arnbjörg Konráðsdóttir.